CALVARIO de John Michael McDonagh






     Me he quedado absolutamente sobrecogida por esta  película tan impresionante. Impresionante el mensaje que transmite, cómo lo desarrolla y la actualidad candente del mismo.
     La película es del año 2014 y del director irlandés John Michael McDonagh.

      El contexto es una sociedad donde el papel tradicional de la Iglesia Católica parece haber perdido sentido, sobre todo tras una leyenda negra muy antigua (inquisición, misiones , represión sexual) y una historia negra muy moderna (abusos a menores).
      Un sacerdote verdaderamente vocacional, el padre James Lavelle será su representación en una comunidad rural irlandesa, donde todos los personajes secundarios guardan un resentimiento contra la Iglesia, que les conduce a la indiferencia, al escepticismo o, incluso, a lo que anuncia nada más empezar la novela el desconocido antagonista del sacerdote, la venganza asesina. El asesino, abusado de niño por un cura ya fallecido, anuncia en el confesionario que le matará al siguiente domingo, y, por tanto, da al sacerdote una semana para arreglar sus asuntos.

      Pero el resto de personajes, autodestructivos y llenos de culpabilidad, también tienen sus reproches, que van apareciendo a lo largo de la primera mitad de la película:
     -El emigrante africano, mecánico del pueblo, le recuerda el 
papel de las misiones y el esclavismo racista y colonialista inherente a ellas;
     -la mujer del carnicero, una adicta al sexo y otras sustancias, además de provocar varias veces al padre le conmina a no ser tan "inquisitorial";
     -el terrateniente y corrupto político, que al principio parece el más inmoral de todos, y que pretende aplacar su conciencia a través de un generoso donativo, irá evolucionando hasta ser el más vulnerable y necesitado de toda la comunidad, y le comenta al padre Lavelle que además de a Dios, la Iglesia adora al dinero;
     -el prostituto gay exhala continuos sarcasmos sobre la homosexualidad oculta de los sacerdotes;
     -el policía corrupto cuenta que está destinado a esa zona rural alejada de la metrópoli como castigo por haber investigado la denuncia de una joven a un sacerdote por violación, es decir, la iglesia ha arropado la criminalidad de sus miembros;
     -un asesino convicto y ex alumno le llamará porque necesita que a través de él, Dios apruebe sus delitos;
     -un joven psicópata que admite que entrará en el ejército por la rabia que le produce su incapacidad psicológica para enamorar o enamorarse, el sacerdote solo le oye, no puede ayudarle;
     -el médico, escéptico, materialista, irónico, se ríe de todas las creencias en el más allá o la trascendencia del alma,
     -un anciano escritor que le ha pedido una pistola para suicidarse antes de que la enfermedad acabe lentamente con él, está leyendo una galardonada novela histórica sobre el Tercer Reich, que inconscientemente nos recuerda la indiferencia de la Iglesia ante los crímenes nazis;
     -el dueño del pub del pueblo, al cual van a embargar su negocio, le pregunta al padre Lavelle por qué la Iglesia nunca predica contra los banqueros;
     -hasta su propia hija, ya que el sacerdote adoptó los hábitos siendo ya viudo y ex alcohólico,  le reprocha haberla abandonado antes de la muerte de su madre, y haberla abandonado después, por seguir su vocación religiosa; de hecho la hija llega al pueblo tras un intento de suicidio, y busca imperiosamente la reconciliación con el padre ausente que afirma varias veces su amor hacia ella.
     Esta tensión narrativa hace que sintamos una agresividad contenida y solapada que alcanza su primer clímax con el incendio de la Iglesia, justo mientras la gente está divirtiéndose con música, baile, etc. en el pub del pueblo. 
     A partir de ahí la agresividad se va manifestando en actos tangibles, un visitante que aparta furioso a su hija cuando el sacerdote está hablando con ella, el apaleamiento del sacerdote, el asesinato de su perro, hasta que efectivamente el domingo llegará la hora de su asesinato. Del cual no estamos seguros al principio, puede que todo se quede en amenaza, pero tras el desarrollo de los acontecimientos sentimos que se trata de una muerte anunciada. 


    El guión es magnífico, hilvanado de manera contundente, sin precipitaciones pero con profundidad, hacia un desenlace creíble y emocionante. Diálogos que podrían ser cada uno citas literarias para la posteridad, ante personajes bien trazados en pocos rasgos certeros.
     
     Si el guión es bueno la forma de llevarlo a cabo es inmejorable, a través de la repetición y el contraste, que transmite lo difícil que es separar en este mundo lo bueno de lo malo, el miedo de las convicciones, nuestra voluntad de nuestro propio destino.

   El ambiente cerrado y opresivo del confesionario contrapuesto a los paisajes abiertos, inefables del cielo irlandés, escenificados en la idílica costa de Stigo, playa solitaria que un niño monaguillo plasma en un lienzo al principio de la historia y al final, llamando la atención el detalle de que en su lienzo del principio ya aparecen los dos personajes que una semana después interpretarán el desenlace, el cura y su asesino. Cuando el religioso le pregunta que quiénes son, el niño le contesta que “fantasmas”, insólita premonición que precede a unas cuantas más a lo largo de la obra.

      En este contexto la película no es un intento de limpiar a la Iglesia Católica de toda la suciedad que parece invadirla. Los otros personajes representantes del clero no están a la altura del sacerdote protagonista.

     Su compañero de parroquia es un personaje inculto, engreído, plano, insulso, sin personalidad, y lo que es peor, sin integridad (revela secretos de confesión) ni verdadera vocación (se marchará abandonando al protagonista porque dice tener “dudas”); de hecho el protagonista llega a gritarle furioso: “Deberías trabajar en una oficina”.

     Y su superior al que llama “eminencia”, tratamiento reservado a los cardenales, se nos presenta como pensamos habría llegado a ser su compañero si ascendiera en la jerarquía eclesiástica, alguien que vive en el lujo y la comodidad alejado de la realidad de los feligreses, que en la primera entrevista con el padre Lavelle come con deleite chupándose ruidosamente los dedos, y en la segunda pasea tranquilamente por su jardín oliendo sensualmente sus rosas. Cuando suelta un discursito aconsejando a nuestro protagonista, este le hace evidente su distanciamiento contestándole: “Eso lo ha leído Su Eminencia en un libro.”


    Ante la escalada de agresiones y tras la marcha de su hija, el padre está a punto de irse. Pero cuando sube al avión, ante la contemplación de un ataúd que va a ser trasladado (se produce el accidente de una pareja canadiense y muere el marido) y sobre el cual charlan indiferentes unos empleados del aeropuerto, el padre cambia de opinión y regresa. ¿Por qué? ¿Por qué vuelve si sabe que se va a enfrentar a la muerte?

    Su comunidad está perdida, sin rumbo, sin orientación, llena de dudas, desconfianza, temor, odio, resentimiento.  
    Él perdona, y comprende que quizá la única forma de hacerlos reaccionar es su propio sacrificio. Redimir a la comunidad a través de su muerte. Como hizo Jesucristo.

    Sólo que al final de la película, tenemos claro que no lo hace como sacerdote, sino solamente nada más y nada menos que como ser humano.

      El mensaje de la película no es contra la Iglesia Católica, sino a favor de un ser humano que ha elegido para servir a los demás una institución que aparentemente está mortalmente herida en su credibilidad social.

     En la escena posterior al incendio de la iglesia, cuando por la mañana están contemplando los restos quemados, el comisario frente a éstos comentará:
     -“Quizá un día todo sean ruinas; quizá un día los niños pregunten a sus padres ¿así que creíais en un viejo que vive ahí arriba y que si sois buenos vais al cielo y si sois malos al infierno?”
     El padre Lavelle replica con estas reveladoras palabras:
     -“Para ser policía sabe usted muy poco del comportamiento humano.”

    La solución no vendrá a través de la creencia en Dios, sino a través de la confianza en las obras de los hombres.

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