EL PROFESOR de Frank McCourt
He aquí un libro que me ha conmovido profundamente.
La verdad es que la razón que me llevó a leerlo es que yo también soy profesora, no el que sea un autor irlandés que se ha hecho famoso por contar su autobiografía como niño pobre e infeliz en los suburbios dublineses.
Me imaginaba que sería un libro como tantos otros sobre el tema: un compendio de experiencias tan meditadamente relatadas de forma políticamente correcta que llegan al papel muertas bajo un estilo soporífero. O bien una exaltación del trabajo del docente con la visión tierna y paternalista de los manuales educativos decimonónicos.
Sin embargo, la obra de McCourt botó ante mis ojos llena de vida bulliciosa, de inmediatez explosiva, llena de sinceridad.
McCourt en este libro sigue siendo tan auténtico como en los anteriores, porque cuenta la verdad y la cuenta emocionándonos. Aunque, como él mismo confiesa, ha tenido que utilizar el humor para no sumir a sus lectores en la más profunda de las depresiones; y si eso puede suceder con lectores ajenos a la profesión de la que habla, imaginémonos qué ánimo se nos queda a profesores que como nosotros, aún se hallan ejerciendo su tarea intensa y diariamente....
Pues para nosotros, ha sido un alivio, un consuelo y a la vez un acicate reconocernos en el personaje que McCourt ha rescatado al rescatarse a sí mismo de su pasado, el profesor anonadado en sus primeras clases frente a alumnos rebeldes y difíciles, compasivo por padres confusos ante sus hijos desconocidos pertenecientes ya a otra generación tan distinta a la suya, sufridor constante de la impertérrita intromisión de los políticos y sus incoherentes reformas educativas, y víctima de la incomprensión y el menosprecio del resto de la sociedad, sorda y endurecida por afrentas pasadas e ignorancias actuales.
Además, detrás de toda su vida dedicada a la enseñanza, late una palabra nunca dicha, pero que está ahí, que se presiente como acechando ante cualquier debilidad del ánimo para saltar sobre el autor o sobre su público: La palabra “fracaso”. Tener que dedicarse a la enseñanza, casi siempre como profesor temporal o interino, suponía para el autor y para la gente que le rodeaba, ser un fracasado, frente a otros profesionales similares pero más valorados, como por ejemplo, los catedráticos de la universidad, los críticos literarios o los escritores consagrados.
Y es fantástica, aunque también característica de él, la humildad con que nos cuenta el desperdicio de su dos años intentando hacer una tesis doctoral en Irlanda, y su vuelta a casa “sin nada”, otra vez adentrado en la palabra no escrita, el fracaso.
O el final de su matrimonio, otro fracaso más, relatado con sencillez y llaneza; qué grande hay que ser para saber hacerse tan pequeño.
Los dos últimos capítulos, cuando McCourt es ya querido y respetado como profesor sin embargo son los más flojos, aunque antes está esa clase magistral de escritura creativa metamorfoseada por obra y arte de la originalidad en pic-nic en el parque, como culminación de la transformación de los libros de cocina en modelos literarios.
Antes hemos pasado por tantas anécdotas, tantas historias, tanta vida académica acumulada que una profesión aparentemente aburrida se convierte en algo apasionante.
Nosotros ya hemos empezado a ver nuestro trabajo de otra manera.
Me imaginaba que sería un libro como tantos otros sobre el tema: un compendio de experiencias tan meditadamente relatadas de forma políticamente correcta que llegan al papel muertas bajo un estilo soporífero. O bien una exaltación del trabajo del docente con la visión tierna y paternalista de los manuales educativos decimonónicos.
Sin embargo, la obra de McCourt botó ante mis ojos llena de vida bulliciosa, de inmediatez explosiva, llena de sinceridad.
McCourt en este libro sigue siendo tan auténtico como en los anteriores, porque cuenta la verdad y la cuenta emocionándonos. Aunque, como él mismo confiesa, ha tenido que utilizar el humor para no sumir a sus lectores en la más profunda de las depresiones; y si eso puede suceder con lectores ajenos a la profesión de la que habla, imaginémonos qué ánimo se nos queda a profesores que como nosotros, aún se hallan ejerciendo su tarea intensa y diariamente....
Pues para nosotros, ha sido un alivio, un consuelo y a la vez un acicate reconocernos en el personaje que McCourt ha rescatado al rescatarse a sí mismo de su pasado, el profesor anonadado en sus primeras clases frente a alumnos rebeldes y difíciles, compasivo por padres confusos ante sus hijos desconocidos pertenecientes ya a otra generación tan distinta a la suya, sufridor constante de la impertérrita intromisión de los políticos y sus incoherentes reformas educativas, y víctima de la incomprensión y el menosprecio del resto de la sociedad, sorda y endurecida por afrentas pasadas e ignorancias actuales.
Además, detrás de toda su vida dedicada a la enseñanza, late una palabra nunca dicha, pero que está ahí, que se presiente como acechando ante cualquier debilidad del ánimo para saltar sobre el autor o sobre su público: La palabra “fracaso”. Tener que dedicarse a la enseñanza, casi siempre como profesor temporal o interino, suponía para el autor y para la gente que le rodeaba, ser un fracasado, frente a otros profesionales similares pero más valorados, como por ejemplo, los catedráticos de la universidad, los críticos literarios o los escritores consagrados.
Y es fantástica, aunque también característica de él, la humildad con que nos cuenta el desperdicio de su dos años intentando hacer una tesis doctoral en Irlanda, y su vuelta a casa “sin nada”, otra vez adentrado en la palabra no escrita, el fracaso.
O el final de su matrimonio, otro fracaso más, relatado con sencillez y llaneza; qué grande hay que ser para saber hacerse tan pequeño.
Los dos últimos capítulos, cuando McCourt es ya querido y respetado como profesor sin embargo son los más flojos, aunque antes está esa clase magistral de escritura creativa metamorfoseada por obra y arte de la originalidad en pic-nic en el parque, como culminación de la transformación de los libros de cocina en modelos literarios.
Antes hemos pasado por tantas anécdotas, tantas historias, tanta vida académica acumulada que una profesión aparentemente aburrida se convierte en algo apasionante.
Nosotros ya hemos empezado a ver nuestro trabajo de otra manera.
Comentarios
No sé quien eres, pero tu forma de hablar vehemente resulta impropia de un blog. Un blog no es un foro para opinar, y hay que respetar las opiniones ajenas. Eso es lo primero que tiene que saber un escritor.
Solo embisten como tú lo has hecho los animales, o sea, que las personas deben emplear su cabeza no para embestir, sino para pensar.
Un lector impaciente, que no soporta la soberbia.
Azul.
Señor Anónimo 1: Un blog no es lo que usted dice que es.
Señor Anónimo 2: Daniel de Vicente ( el "de" en minusculas).
Un profe.
esa es mi humilde observacion, como futura y docente y siempre estudiante
esa es mi humilde observación, como futura docente y siempre aprendiz