LOS PAPELES DE MADRID, de Luis Quiñones Cervantes
La definición que da la wikipedia sobre el género novela
negra es el siguiente:
"El término se asocia a un tipo de novela policiaca en
la que la resolución del misterio no es el objetivo principal y los argumentos
son habitualmente muy violentos; la división entre buenos y malos de los
personajes se difumina y la mayor parte de sus protagonistas son individuos
derrotados y en decadencia en busca de la verdad o, cuando menos, algún atisbo
de ella."
Para el género de novela histórica es la siguiente:"Toma
por propósito principal ofrecer una visión verosímil de una época histórica
preferiblemente lejana, de forma que aparezca una cosmovisión realista e
incluso costumbrista de su sistema de valores y creencias. En este tipo de
novelas han de utilizarse hechos verídicos aunque los personajes principales
sean inventados."
La fusión de ambos géneros, es decir, la novela negra
histórica, ya ha sido ampliamente conocida y practicada con bastante éxito: el
más famoso es Christian Jaqq con el misterioso Egipto, pero igual han hecho
Marilyn Todd con la antigua Roma libertina,
Ann Perry con la reprimida Inglaterra victoriana, o Alys
Clare en la violenta Inglaterra medieval, entre otros autores extrajeros y
españoles, libros donde prima la trama, los giros argumentales, las
emocionantes sorpresas finales en la resolución del suspense dramático. Lo que importa,
prevalece y sin duda nos atrapa es el contenido; el estilo literario, aunque
notable y cuidado, siempre se halla al servicio del desarrollo de la historia,
de su tensión y dramatismo.
En la novela de Luis
Quiñones lo importante no es la trama; me atrevería a decir que, despojada de
todo lo demás y convertida en esqueleto de acciones la trama es anecdótica,
incluso mínima, aunque no baladí, porque el autor con su estilo la va metamorfoseando,
poco a poco, con el cincel de la palabra poética, a la que esculpe, trabaja,
reconsidera, mima y elabora con esmero profundo,
hasta convertir lo que podía ser sólo una anécdota de guerra en un retablo de
tipos, ambientes y gentes, diluidos en la configuración de una obra de arte
intemporal, al igual que Rodín llegó a convertir en "El pensador" a
lo que sólo era un musculoso sedente.
Así, en la obra que nos ocupa la tensión argumental no se
alcanza a través de la acción y el misterio, como en otras obras al uso, sino a
través de cómo el autor juega con la cronología del relato, con el tiempo
narrativo que no coincide con el de la historia que nos cuenta; la analepsis,
la prolepsis, la elipsis, son las verdaderas protagonistas de la obra, los tres
ejes de su tensión dramática. Y la labor constructiva junto a ellas es la
profusión de un vocabulario a la vez sugerente y conciso, abundante
y emocionantemente poético, que nos inunda, nos arrasa y, no en pocas ocasiones,
llega a anegarnos en su inagotable y persistente corrección léxica, no exenta
de inesperadas connotaciones.
Otro factor importante es la repetición, que en la novela no
es redundante, sino que está al servicio de los diferentes puntos de vista de los
personajes sobre un mismo hecho o al servicio de los ejes temporales
anteriormente descritos. Como, por ejemplo, el leitmotiv o motivo recurrente de
los silencios de Adriana, que no solo forma parte del argumento, sino que es un
método técnico para marcar su estructura.
Por cierto que nos llama la atención que siendo el
desencadenante de la acción un objeto construido
con palabras (los "papeles de Madrid"), su complemento como coadyuvante
de dicha acción sea "el silencio" de otro personaje. Ambos, las
palabras de uno y el silencio del otro, se van cruzando y descruzando,
añadiendo aún más valor al trabajo narrativo del autor. La antítesis se
constituye así en la tercera clave estilística de una obra donde la elaboración
literaria logra conmovernos y fascinarnos.
En definitiva, tras leer la novela "Los papeles de
Madrid" de Luis Quiñones Cervantes, ya podemos firmemente agregar el
adjetivo de lírica a este género literario: Novela negra lírica histórica, es
decir, la novela negra histórica se ha encontrado, por fin, con la poesía.
"Le habían dado su dirección exacta, el número de su
portal y la llave que se lo abriría a un desconocido que, como él, se oculta,
en la semiocuridad de una noche reciente, con las manos al bolsillo, y que
camina sin saber cuál es el lugar exacto por el deambula, ya sin gente, sin
otros transeúntes; sin nadie más que él mismo, repetido en su proria sombra
inclinada de la luz artificial y escasa de las aceras estrechas que parecen
perderse cuesta arriba. Giró una esquina después, y otra más allá. Temió por
un momento haberse perdido: cambian demasiado las ciudades cuando se obstinan
en sus propias noches; algunas alimentan en su oscuridad de sorpresas, de
sonámbulas apariciones, de milagros resueltos en las fachadas iluminadas de algunas
calles más amplias, detalles vertiginosos e invisibles por el día, que solo la
noche sabe hacer reales, a pesar de ser invisibles con la luz del sol, como si
por la mañana el mundo fuese otro." (Luis Quiñones Cervantes,
"Los papeles de Madrid", Guadalturia Ediciones, 2013, p. 14-15)
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